Las Diez Vidas De Un Gato
Traducción de Máquina de aplausos



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Chris Marker. Nacido en 1921, fallecido en 2012. Fue un cineasta francés y pionero de la multimedia.


El autoproclamado “autor más conocido de películas desconocidas”.

Fue contemporáneo de la Nouvelle Vague y colaborador de directores como Alain Resnais, Akira Kurosawa y Andréi Tarkovski.


Se negaba a ser retratado o entrevistado.

Apareciendo sólo detrás de la máscara de su querido gato Guillaume-en-Égypte.


Le gustaban mucho las máscaras, pero es nuestro trabajo desenmascarar.



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Escribiste, “Todo el mundo hará poesía y habrá emúes en La Zona”.


¿Quién recuerda todo eso? Esa poesía ambigua del siglo pasado. La humanidad hizo las paces con la coexistencia de diferentes conceptos de tiempo, la cuestión es simplemente, ¿por qué esperar? Todo el mundo hace poesía y nada escapa de La Zona. La verdadera pregunta es, ¿cómo recuperar La Zona?


Escribiste desde África. Escribiste desde la Unión Soviética. Comparaste los suburbios de Tokio con los tejados de París. Buscaste la felicidad en las imágenes, y si no, por lo menos encontraste a los gatos.



Las Diez Vidas De Un Gato



Te escribo no desde una tierra lejana, una tierra de oscuridad o de infancia, sino desde un lugar más allá del tiempo. En algún lugar entre el cementerio de gatos de Gotokuji y el mausoleo en la plaza Roja, tu tumba en Montparnasse. Más un callejón sin salida que un camino a seguir. Sin embargo, aceptando que año tras año la muerte se lleva a un cineasta como si se tratara de un panda, aquí estoy. Para confrontar la división, para mirar a través de ella con curiosidad y admiración. Para dar una vida, donde nueve han terminado. Para iniciar sesión donde cerraste sesión. “Realizando el rito que repararía el tejido del tiempo en el lugar donde se descosió diez años antes”.



Primera Carta - La Magdalena



En 1957 escribiste, “Corea nos recibió con calma matutina”. 60 años después y 100 kilómetros al sur parece que cambió sus costumbres. Al salir el sol, el destino de la presidenta Park Geun-hye está marcado. Expuesta en un escándalo de extorsión que demandó su destitución y culminó con su arresto. La respuesta de la calle: un torrente de emoción.


Una mujer dijo… “Soy mujer y soy lesbiana… ¿qué lado tiene más probabilidades de perjudicar mis derechos humanos?” ¡Esto hizo que todos se callaran!  


Del norte trajiste de vuelta tu reportaje Coréennes. En el sur se vuelve mi guía turística y mi lente. Me encuentro con dioramas de fotografías y exposiciones de tu memoria. Reconstruyo lo que puedo, pero cuando escribiste que “la frontera es la guerra” la separación debe de haber parecido por lo menos un poco lineal…


Al tiempo que me enfrento a una nueva frontera en esta rivalidad entre hermanos, hay un golpe de estado en la explanada del ayuntamiento. Donde manos surgidas del colonialismo para construir un milagro en el río Han vinieron a reclamar su lugar. Un lugar de tierra fértil donde la antorcha de la resistencia coreana fue encendida en 1919 y reavivada en 1987. Sin embargo, hoy en día, cuando militantes viejos, con euforia juvenil y banderas de Estados Unidos, intentan apagar la radiante luz de vela del futuro tengo la clara impresión de que ya pasaron la antorcha.


Como hija del líder más autoritario de Corea del Sur, la deshonra de Park da pie a una pregunta difícil. Más allá de la beligerante megafonía ahora engullida en el éter primaveral, donde los presentes se ven obligados a reconsiderar su lugar, me encuentro con fragilidad y con un gesto que me perseguirá. Me dicen, “Corea está en una encrucijada”, “Es una burla, ¡Park fue arrestada injustamente!”, “Todos los días pido por la ley marcial, es la única opción!”, “¡Son una manifestación de Satán!”.


Sin embargo, del otro lado de la atestada Plaza Gwanghwamun, bajo el Barco Tortuga de bronce y la silueta de piedra de la soberanía coreana, estos satánicos parecen estar mucho más preocupados por salvar vidas que por tomarlas. Mientras manos incansables enhebran listón para convertir a los 476 muertos de tres años de negligencia en la munición más potente contra el régimen de Park.


No es difícil ver quién está ganando. Incluso hay un chiste circulando por ahí. “Park vivió 18 años con su padre, luego estuvo 18 años en exilio y 18 años en el gobierno, ahora, ¿irá a estar 18 años en la cárcel?”.


Cuando tenías dieciocho, publicaste tu primer trabajo: un periódico estudiantil. A los diecinueve, tu país estaba enojado, roto y martirizado. A los veinte, te fuiste a Suiza. “El miembro más joven de la resistencia francesa” podría ser un poco exagerado, pero no soy quién para reescribir la historia. Fuiste asimilado en el Ejército de Estados Unidos. Un gato dice que como paracaidista, otro que como interrogador. Estos años formativos sientan el precedente de secrecía y redescubrimiento que te definirían y quizás te marcarían. Mientras que a su vez tus 67 años de posguerra serían consumidos por la inexplicable relación entre imagen y memoria. “Memoria imposible, memoria loca”.

 

En las páginas de Esprit fuiste rebautizado: Chris Marker. Reclamaste un lugar en el ala izquierda literaria parisina. Luego, en Helsinki, te movilizarías una vez más.


Escribiste, “La idea de Grecia se ha utilizado para alimentar el espíritu del totalitarismo”. Tu primer encuentro con esta Grecia imaginaria parece un comienzo apropiado para un relato elusivo. Uno que juega con las totalidades, como un gato con estambre o con un pescado de juguete… 16 años desde Berlín, 28 para Moscú. La tiranía de Helsinki significaría mal clima y poca asistencia. En tu primer encargo, Olympia 52, equipado con los ideales de Peuple et Culture, los hombres máquina de Leni Riefenstahl son desmantelados y desarmados definitivamente para que un humanismo renovado ascienda al estrado.


Escribiste, “Ahí estábamos, como los simios al principio de 2001: Odisea del espacio de Kubrick.” “Las puertas del futuro habían empezado a abrirse.” Los remanentes de la guerra se estaban colapsando, y tu generación, que podría definirse diciendo, “Conocí Berlín antes del muro o conocí a Marlon Brando delgado”, por unos años podría adjudicarse otra leyenda, “Vi a Stalin en el mausoleo”.


Con una pata excavando el pasado y la otra descifrando el futuro, lo que Tarkovski describió como “esculpir en el tiempo” en tu caso tiene que considerarse esculpir más allá del tiempo y, asumiendo tu identidad, uno aprende a viajar en el tiempo. Para emancipar a la imagen de la memoria, para jugar con ella. De alguna manera, para volverse poco sentimentales encontrando su utilidad. ¿A eso te referías cuando decías que Dziga Vértov era tu maestro?


Entre estudiante, militante, vagabundo y archivista. La idea anticuada de la historia como eterna cinta magnética eternamente releyéndose a sí misma siempre está presente. Mientras que tu memoria sería constantemente reescaneada y archivada. Del papel a película a cinta a disco duro. Atorándose con cada magdalena. ¿Qué es una magdalena? Esto es una magdalena. Y esto es una magdalena. Y con cada magdalena, un redescubrimiento.


“Así uno empieza a decirles magdalenas a todos esos objetos, a todos esos instantes que pueden servir como detonadores para el extraño mecanismo de la memoria”. En Inmemoria, tus memorias multimedia, dispusiste tus magdalenas como adornos en un manto. De Julio Verne a tu tío Anton. Tus madonas y tus criaturas favoritas. Todo está ahí, atrapado y decorado en formaldehído pixeleado. Pero ahora que lo pienso, ¿por qué? ¿Qué fue lo que lo empezó todo? Tu cruzada como de justiciero contra la injusticia del olvido…


Escribiste que la única parte coherente de tu trabajo era, “Darle el poder de la palabra a gente que no lo tiene”. A aquellas estrellas fugaces que salen en cada película, de Helsinki a Dubái. Y así, marcado por imágenes de tu infancia, con reflejos como de gato y un gusto por las magdalenas, venciste la tiranía de la memoria sacando íconos del delirio, y pusiste otras imágenes, la pureza de los momentos imborrables concedidos de niño.


Con toda esta conversación sobre magdalenas, en este viaje por la memoria, lo que Proust fue para Hitchcock y Hitchcock para ti, ahora tú eres para mí. Escribiste, “En mi imaginación todavía puedo ver la ilustración de un libro que hojeé en mi infancia. Sin saber exactamente a qué hacía referencia. Era, de hecho, una escena a las puertas de Pekín.” Dondequiera que voy parece que paso todo mi tiempo persiguiendo esos rostros de piedra inmóviles. Campesinos asiáticos, marxistas africanos, inclusive burgueses europeos. Fui al monumento en monte Namsan que conmemora la primera manifestación contra los japoneses. Al que ambos lados del abarrotado centro de la ciudad le deben toda su existencia.


No estoy seguro de por qué exactamente, pero esta tarde viendo la Taegukgi me invadió una sensación extraña. Pensé en tu ilustración. Dándome cuenta de que yo mismo había estado soñando con Corea desde el Mundial del 2002. De niño esta extraña bandera parecía pertenecer más al peculiar mundo de Picasso que al mío. El rojo y azul reales, distorsionados hasta ser irreconocibles, evocaban algo inexplicablemente exótico. “No es muy frecuente que uno pueda entrar a una imagen que pertenece a la infancia”, sin embargo estaba ahí. Y en ese momento, con una pureza que había estado dormida quince años, me pareció que la tierra había duplicado su tamaño una vez más.


¿Qué es una magdalena? Esto es una magdalena.


Esta tarde encontré a mi propio personaje vengándose de la sociedad. Como si de esos rostros de piedra hubiera rescatado a un dokkaebi. Un espíritu travieso vestido con un hanbok. Al cual, sin darme cuenta, parece que dejé libre en la ciudad. 


“¡Ustedes deberían conocer el miedo! ¡Ustedes deberían conocer el aprecio!”


Como era de esperarse, depende de él despedirnos con música y proclamar de este primer día en Seúl, “Las palabras, el final.”


Desde la infancia una fascinación por los museos.


Le diste a cada uno su soberanía. Explorando como si fuera la ciudad misma. Sin la carga del tiempo, como un juego guardado. En Tiflis podías regenerarte cada mañana para saludar al señor. Noah en un instante de soledad. Sin embargo, me encuentro deambulando por Ouvroir.


Tu remodelación de la isla eidética de La invención de Morel a un archipiélago de Second Life. Un cibersantuario, parte castillo de Hyrule, parte Palats Kultury. En el que te puedes relajar, puedes bailar e incluso hacer el papel de vaquero. Cuando te hayas aburrido de eso hay una sala de cine, una sala y, por supuesto, una montaña rusa. Sólo cambia “Valencia” y “Tea for Two” por polígonos igualmente pasados de moda. Entonces tú también te vuelves una especie de fugitivo efímero, descifrando una presencia, atrapado entre planos.


En Las estatuas también mueren, tu primera película “de verdad”, escribiste, “Cuando nosotros desaparezcamos, nuestros objetos quedarán confinados al lugar donde dejamos las ‘cosas negras’: el museo.” Así que hénos aquí. Más allá de la primera vida y de la Second Life. Al tiempo que tesoros que nunca habían salido de tu estudio en rue Courat son exhibidos en el último piso de la Cinemateca francesa, tú también te vuelves contemporáneo de los ídolos mudos y cosas negras recuperados de la historia.


Bajo el signo de “Chu-Mou” me acuerdo de un fragmento de Carta desde Siberia. Escribiste, “En estas tumbas, que descansan sobre cimientos de hielo, la vida y la muerte están separadas por nada más sustancial que una bocanada de aire.” Como si esa misma bocanada hubiera estado incluída en el costo de la entrada. Tus cachivaches parecen estar a la espera. Sólo hay que traer de regreso tu cuerpo y tu estudio podría prender otra vez…


Supongo que es cierto, lo que queda de dinosaurios como tú pertenece a los museos. Sin embargo, mi verdadera fascinación es la fragilidad más allá de una colección. La narrativa tentativa que convierte los objetos en artefactos, al tiempo que sigue permaneciendo incierta. En la Park Chung-Hee Presidential Library, biblioteca de vanguardia de Seúl, estas inseguridades se dan con una ironía formidable. Pues en el fondo el intento de recalibrar la historia involuntariamente destaca el conflicto del centro de la ciudad. El espectro de la autocracia que ha plagado a la democracia coreana por más de un siglo.


Entregado a esos valores, impuestos a oficiales impresionables del Ejército Imperial, Park Chung-Hee mantuvo el poder a lo largo de dieciocho años y dos repúblicas constitucionales. Solidificando el “milagro en el río Han” con el régimen más militarizado y represivo desde la ocupación japonesa. Pero quizás su momento definitorio llegó mientras hablaba en el Teatro Nacional, cuando un intento de asesinato fallido mató a su esposa. De alguna manera, sin inmutarse, con la compostura ejemplar de los samuráis que admiraba de niño, Park retomó su discurso, simplemente juntando sus pertenencias al salir. Cinco años después, él también estaría muerto… asesinado a manos de su propio servicio de inteligencia, pero teniendo el primer funeral de Estado desde el último emperador de Corea.


En 1959 comparaste esta península rota con el cuento de dos huérfanos. En 1979 parece que uno de los huérfanos hizo un compromiso con el otro. En el Cementerio nacional de Seúl descubrí el concepto coreano de “Han”. Un estado de dolor relacionado con una especie de resentimiento vengativo. Hace cincuenta años, Park Geun-hye se despidió de sus padres. Soltando una neblina de nostalgia que consumiría a Seúl hasta nuestros días. Más que sólo un ejercicio en democracia, la destitución de Park simboliza un final definitivo al legado de su padre. Uno que ha definido a los dos huérfanos por casi medio siglo.


En el Observatorio de la Unificación Odusan, vislumbro eso que te bastó nombrar “dulzura”. Al tiempo que hermanos curiosos se maravillan con el misterio de su tierra natal, este gesto simple, realizado en el visor de un telescopio, socava el último vestigio “de la famosa crisis de ideologías”. Transformando una fortaleza en una pastura, para desenterrar la profunda armonía encerrada en estas aguas milenarias desde el famoso cuento de Shim Chong.


Tu regalo de despedida sería el último en una serie única que empezó con Petite Planète. Ni historia ni guía turística, ni propaganda ni diario de viaje, sino el equivalente a una conversación. Textos provocativos yuxtapuestos a imágenes, de Irlanda a Israel, en un nuevo tipo de aventura para que los niños la compartan con sus gatos.


Todo el tiempo viajaste como Pluma. Desarmando coincidencias y descubriendo signos. En China entraste en una imagen que otrora perteneció a tu infancia. Pusiste a Malraux junto a Stalin y a Van Gogh junto a Mao, y descubriste un festival de color, exclusivo de Pekín.


Escribiste, “Mi primera película, no es una de las mejores, pero si hay algo que no le cortaría hoy es el recuerdo de aquel deslumbramiento”. Este retrato de la China de ayer, ahora más cerca de Humphrey Bogart que de la China del 2000 antes de Cristo, puede que en realidad no haya sido tu primera película, pero fue realmente tu primera gran “película casera”.


Sin embargo, tu primera obra maestra yacía en el fin del mundo. “Entre la tierra y la luna, entre la humillación y la felicidad”. Se llamaba Carta desde Siberia.


Bajo la superficie de esa tierra hostil, desenterraste no sólo un nuevo tipo de cine, sino también una lente que se adaptara a un nuevo tipo de sensibilidad. Eso que André Bazin llamó “horizontal” luego se volvió “Markeriano” para muchos otros. Pero a mi parecer está mejor ilustrado por la cuna de gato. Forjado entre la oreja y el ojo, donde de “la cama del soldado” a “pescado en el plato” se vuelve “romanticismo más electrización”. “Después de eso, es todo recto”.


Mientras camino por mi propia arboleda de abedules, originarios de mi propia isla del Diablo, no puedo evitar jugar el juego. Me imagino tus mamuts y tus monstruos. Me imagino esos parques culturales desiertos y a Ushatik, el oso. Me imagino incluso tu 10% de conformidad. Porque ninguna película sobre la Unión Soviética que vale la pena podría ser sin sobornos. Sputnik, Laika y el lento paneo de la plaza central de Angarsk, al tiempo que arcos quemados y altísimos campanarios derriten el bosque de la Edad de Piedra hacia el futuro radiante, por un momento se te olvida dónde estás. Sólo quita la taiga y estás en Minsk…


Más un refrigerador que tundra. Sin embargo, al tiempo que los Héroes del Trabajo se unen a los de la ópera de Yakutsk para regresar al folclor esta alacena neoclásica es una nota al pie interesante de tu mundo de residentes pintorescos y cervinos cooperativos.


Mientras que Siberia tal vez sea mejor conocida por sus exiliados, Minsk lo es considerablemente menos. Aunque hay un miembro del salón de la fama. En 1959, faltando a una deserción mal concebida, el cuerpo inconsciente de Lee Harvey Oswald fue encontrado desangrándose en una tina de hotel. Increíblemente su imprudencia dio frutos. Al Marine de Louisiana de veinte años que eventualmente mataría a John F. Kennedy se le permitió quedarse, recibiendo un departamento nuevo en la nueva ciudad heroica de la República Socialista Soviética de Bielorrusia. Al escuchar la noticia preguntó, “¿Minsk? ¿Es Siberia?”


Escribiste, “La estación del agua moribunda es el invierno. El fantasma de la liebre de invierno es la nieve.”


Carta desde Siberia es un testamento de la libertad única del cine. Pero, al yuxtaponer reportaje y animación, poesía y publicidad, tal vez tu primera obra maestra dice más sobre el París de la posguerra que de la Rusia provinciana.


En 1946, Léon Blum llegó a Washington para firmar el acuerdo Blum-Byrnes. Dándole a Hollywood acceso sin precedentes a los cines franceses; otrora limitados y luego prohibidos durante la ocupación. Esta renovada libertad artística, en medio de la dominante pero sensible narrativa cultural del “resistencialismo” de de Gaulle, le impuso a la primera década del cine de posguerra ciertos parámetros para el redescubrimiento. Pero al tiempo que tus compatriotas del otro lado del Sena eran seducidos por Humphrey Bogart y Orson Welles, tú cargabas contigo a Henri Michaux y a Gérard de Nerval. Todos buscando consumar en el celuloide ese ideal francés que cambiaría el cine para siempre.



Segunda Carta - La Mirada



Tarkovski tenía a sus perros, Medvedkin a sus caballos moteados. Tú tenías a tus gatos y a tus lechuzas, bien por ti. “Sólo las vemos a ellas”. Escribiste, "el momento robado del rostro de una mujer nos dice algo sobre el tiempo mismo”. Por encima de todo. Al nivel de los ojos, “al alcance de la mano, al alcance del zoom”. El close up del rostro de una mujer se volvió el motivo que te caracteriza. Lanzando desde cada momento robado una mirada imponente. Como si fuera la clave de las leyendas escritas más allá del tiempo, escribiste, “Es el instinto de cazar sin el deseo de matar. Es la cacería de ángeles''. Y con cada ángel una mirada. La mirada francesa. La mirada japonesa. La mirada eslava. La mirada yugoslava. Y luego está la mirada de los espectaculares, de las pantallas. La mirada que te devuelve la mirada, la mirada que no.


Es mediodía en el Cairo, en Tel Aviv y en Tallin. Medianoche en Honolulu, de día en Harlem. El almuerzo es tarde en Leningrado, pero temprano en Lisboa. Es un día precioso en Beijing, pero es hora de acostarse en Brisbane.


Tu primer viaje alrededor del mundo y ya podrías haber sido el Eisenstein del cine ensayo. Luego en la ciudad más hermosa del mundo, al tiempo que la primera primavera en tiempos de paz se encontró con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, viniste a casa para enfrentar a tus compatriotas. Cambiando tus libros de texto por los rumores de la ciudad. ¿Qué acciones subieron, cuáles se desplomaron? Por otro lado, ¿cuánto le quedaba en el tanque a la Argelia francesa? ¿Y qué fue de Fantômas? Escribiste, “Estaba inmerso completamente en la realidad de París de 1962 y en el descubrimiento eufórico del ‘cine directo’. Luego en el día libre del equipo fotografié una historia que no entendía del todo.”


No estoy seguro por qué exactamente, pero en la cima de la Cascada de Ereván me acuerdo de esa particular tarde de domingo. Evoco la imagen de un sol congelado, del rostro de una mujer y de un hombre corriendo. Un clamor, un gesto, un cuerpo desplomándose y los gritos de una multitud nublada por el miedo. Mi mente divaga más allá del momento de la muerte del hombre. Me imagino la escena violenta derramarse en una secuencia violenta: con botas militares que golpean de jadeantes miembros del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional, un rebote que atraviesa el vestíbulo de la terminal. Anuncios, evacuaciones. La prisa de los bomberos, paramédicos y periodistas. Hasta que finalmente el hombre del campo es detenido. ¿Pero por cuánto tiempo?


Tu película más conocida y más influyente, La jetée, fue un momento decisivo para la Nouvelle Vague. Como si fuera una metáfora para toda la generación, cuya memoria individual y colectiva no estaban totalmente sincronizadas. Los que ya no podían conciliar los principios del pasado contra el anclaje del presente. Y así, en 400 fotografías y 8 segundos de película tú diste un salto temerario al futuro. Como un jump cut.


Es destacable que tu única incursión en la ficción haya dejado semejante legado. “El hombre” se sigue manifestando en las escuelas de cine de todo el mundo. En los Globos de Oro, incluso en el Top 10 de Billboard. Puede que te hayan perdonado por pasar una carrera contando historias de ciencia ficción con imágenes fijas. Sin embargo, supongo que la moraleja de La jetée es mirar atrás pero nunca regresar. Y tú nunca lo hiciste.


¿Y qué de ese rostro de mujer? En París, un museo lleno de animales atemporales permanece lleno de fragmentos de tu película atemporal. Como un museo de esos días de felicidad. Sin embargo, el rostro de la felicidad es otro.


¿Pero ese rostro de dónde viene? Bueno, Simone Genevois como Juana de Arco. Escribiste, “Esta es la imagen que le enseñó a un niño de siete años cómo un rostro llenando la pantalla era de repente lo más preciado en el mundo. En una palabra, la imagen que te enseñó qué era el amor.” De París a Pyongyang, del Pentágono a Praia, al tiempo que “cine y mujeres se volvieron dos conceptos inseparables”, hiciste que el trabajo de tu vida fuera reencuadrar y redescubrir ese momento que te fue concedido de niño.


Escribiste, “Sigues tu presa, apuntas, disparas y ¡clic! En lugar de un hombre muerto lo haces eterno.” Toda esta conversación sobre cacería me deja confundido. Es difícil redescubrir la conmoción en tus imágenes, pero es aún más difícil jalar el gatillo. Al tiempo que mi ojo muerto depende de un criterio inseguro. Quiero que ellos me vean, pero no demasiado. No lo suficiente para parecer no natural, sólo lo suficiente para consentir. Sin embargo, si ellos no me ven, captura lo que se necesita y no tomes nada más. Escribiste, “El número de veces que la gente da las gracias, sabiendo que no tendrán la foto.” Creo que entre tu siglo y el mío la percepción del fotógrafo amateur ha adquirido ciertas connotaciones. Ya sea gracias a los paparazzi o a la perversión. Por ejemplo, ¿Sabías que es imposible silenciar la cámara en teléfonos vendidos en el mercado asiático? Yo no. No hasta que me tomé una foto con unos coreanos. A los que el silenciador codificado en mi selfie causó un gran revuelo…


En Helsinki diste un salto a la pantalla grande, pero en el octubre dorado de Tokio de 1964, al tiempo que el mundo redescubría Japón, el nuevo Japón de transistores y emperadores que hacen reverencias, te enamoraste de una ciudad llena de pequeñas leyendas. Escribiste, “Aquí el tiempo es un río que fluye sólo de noche. Inventar Japón es sólo otra manera de llegar a conocerlo.”


Me perdí los juegos “Sakoku” del año pasado. Así que naturalmente tengo que llenar los espacios en blanco. Evoco ese verano en Tokio en el que desarrollé una repentina obsesión con el béisbol. Bueno, con los espectadores el día del partido. Porque como sabes, la verdadera acción ocurre en las gradas. Y las verdaderas atletas son las mujeres de la cerveza. Ellas corren, saltan, trepan. Estoicas como soldados al tiempo que están vestidas de porristas. Arrastrando cerveza demasiado cara desde el mejor asiento en el estadio todo el camino hasta las hemorragias nasales. Pero como Kon Ichikawa en su película “oficial” consolidó los juegos como “un símbolo de aspiración humana”, tú renunciaste a la gloria olímpica personal para poner un nuevo nombre en la galería de “Star Fairies”.


“Probando…. probando…. Nombre… Gerónimo… y soy de… ¡Las Vegas!”


¿Tu primer gato?


“Loulou…” 

“¿Loulou? ¿Cómo era Loulou?”


“Pequeña y negra. Tenía un maullido horrible y maullaba todo el tiempo... La encontraron en un bote de basura y tenía problemas con su nariz y un ojo. Sí… su maullido era… no puedo describirlo… era horrible.”


¿Tu gato favorito?


“Creo que realmente amaba a Loulou… pero creo que todos nos encariñamos con Ludovich. Él era muy, muy… casi una persona. Le faltaba un ojo… era muy lindo.”


En El misterio Koumiko, equilibraste el espíritu del nuevo Japón contra el rostro del viejo Japón. Parte Anna Karina, parte Kim Novak, pero absolutamente japonesa. La mirada japonesa, cuando es arrinconada por un “rostro gracioso”, es sorprendentemente cruda. De Kagoshima a Hiroshima, incluso ahora, uno no puede negar por completo el peso de la historia. Como si esa carga no fuera suficiente, luego está la mirada masculina. Una carga que Yukio Mishima montó contra un templo que se veía “como un magnífico navío atravesando el océano de los tiempos”. Escribió, “Sienten la náusea de vivir continuamente bajo las miradas de los otros, se cansan de ser mirados y las miradas que devuelven van cargadas de su propia existencia: el vencedor es el que observa realmente.”


¿Cómo puede alguien observar realmente? En Sin sol, comparaste un bar en Namida-bashi con un puesto de mercado en Bisáu. Lugares que supuestamente te permitieron mirar con equidad. A salvo de los peluqueros apasionados o de los tímidos “Tongmu”. Los viste, te vieron. Bueno, vieron tu cámara. Cuando “la función mágica del ojo” se encuentra con la extensión mágica del ojo. Una mirada recíproca rompe la división entre testigos y participantes. Este método —tu método, de coser momentos en una eternidad, más allá de “la duración de un fotograma”— pone una inconfundible divinidad en una multitud modesta. Evocando el candor de esos rostros premodernos encontrados en museos y monasterios. Baste decir, la mirada que realmente ve es aquella que sigue viendo.


Cuando todas ellas se fueron a casa, ahí están tus animales y criaturas favoritas. Aparentemente intrascendente, pero la “inocencia animal no es sólo un truco para esquivar la censura”. Es gato por liebre. Al tiempo que tus coprotagonistas con garras se estiran dentro del cuadro, ellos también miran con equidad. “Reduciendo al hombre al nivel de las bestias”, más allá de la explotación. Creo que la clave para desentrañar tu “Cine-Ojo” yace en esa libertad con la que encuadras a tus sujetos. Hombres, mujeres y niños. Estatuas, paisajes, perros y gatos. Con todo el corazón e indiscriminadamente, lado a lado, la mirada de los vivos y de los muertos.


En el Centro Nacional de Arte de Tokio, me encuentro con otro perro, otro gato y otra mirada. La de Giacometti. Para copiar algunas líneas del catálogo, “De pronto me di cuenta de que la mirada es lo único que siempre está vivo. El resto de la cabeza se convirtió para mí, poco diferente del cráneo que será después de muerto. Lo que realmente hace la diferencia, entre los muertos y los vivos, es la mirada”.


No lo dudes, sin presupuesto para ilusiones, tu lente nunca se modificó. Cuando un gato era un gato era un gato. Un gato extraviado era un gato perdido. Un gato atropellado era un gato muerto. Y un gato gordo era un asesino de plantas. Estuviste indefenso en tu falta de afectación. Haciendo que la tragedia de una jirafa muerta fuera tan irreconciliable como la de una guerrilla muerta.. Una muerte es una muerte es una muerte. Como si fuera la pista en Orly y el momento en que uno muere. Cuando la mirada se apaga y la muerte te devuelve la mirada resulta perversamente imposible apartar la mirada.


En Sin sol, citaste “algunas frases definitivas e incomunicables” enunciadas por Marlon Brando en Apocalipsis ahora. “El horror tiene un nombre y un rostro… Hay que hacer del horror un aliado...” Quizás sea por eso que tú, un animaniaco, pudiste hacer las paces con las corridas de toros. Escribiste, “Las corridas de toros desafían a la muerte. Miras al sol, miras a la muerte a la cara. Como en el himno fascista, Cara al Sol.”


En Muerte en la tarde, Hemingway confesó que para los hombres como tú, marcados por la guerra, “el único lugar en donde se puede ver la vida y la muerte, esto es, la muerte violenta, una vez que las guerras habían terminado, era en el ruedo”. Soy afortunado. Yo sólo me acuerdo vagamente de haber escuchado historias de muertes violentas. Bombas en lugares lejanos, como Beirut o Belgrado. O al llevar alimentos en conserva a la escuela, desconcertado por saber adónde iban. Tal vez iban a Etiopía, pero no puedo estar seguro. Para mí, las muertes violentas eran básicamente sólo algo en Hollywood y en los libros de historia hasta el momento en que descubrí la palabra “terrorismo”. En el patio de la escuela, gracias a un maestro. En aquella tarde nublada de finales de verano de 2001.


Quizás, tú también puedes considerarte afortunado. Moriste a tiempo, antes de tener que revivir aquellas escenas de tu juventud. Ya que una vez más, París estaba enojado, roto, martirizado.


¿Qué recuerdas del 13 de noviembre del 2015?


“No sé si es muy interesante pero este sentimiento relacionado con el asesinato... es brutal, es injusto, es ciego, es violento… es muy raro, sí… porque históricamente París siempre fue una ciudad muy animada, violenta. Creo que la gente de posguerra ve París como.. con gente afuera, nadie parece estar muy preocupado… o hasta parece que nadie trabajar… así que es un lugar muy agradable y relajante y muy asociado… a la paz… y no sé, a la vida dulce... Para mí lo más insoportable fue imaginar gente muerta en alguna terraza… y lo otro fue no saber todavía a cuánta gente matarían porque estaba aumentando, así que se sintió completamente inestable y peligroso en esta misma noche... Era como vivir sólo dos horas de guerra… también llamar a tus amigos y oír en su voz que no están seguros, que tienen miedo, que se están escondiendo, y la pequeña humillación que conlleva... Que están siendo cazados.”


¿Y el día siguiente?


“El día siguiente… como en las redes sociales francesas… también en las noticias descubrí cosas… soy muy ingenua, pero… hace muchos años que no había una guerra en Francia porque cuando decimos gente herida o lastimada… es herida o lastimada con metralletas. Así que el trabajo que los doctores estaban describiendo era totalmente como una guerra… También lo que descubrieron cuando pudieron entrar a la sala de conciertos del Bataclan fue horrible... Al final fue… fueron muchos muertos… nunca había habido tanta gente muerta en las calles de París desde la Segunda Guerra Mundial, así que fue… sí… la tele fue muy estúpida… porque por supuesto que hubo mucho racismo, se sentía muy deprimente porque… el país se partió en dos... Se sintió la atmósfera de un gran funeral.”


“Ellos tienen armas. Que se jodan, ¡tenemos champán!”

- Charlie Hebdo, 18 de noviembre de 2015


Mi verano en Tokio. 53 después del tuyo y cuatro paradas en la línea Chūō-Sōbu. Del Yokozuna a Ryogoku, a los rostros de bebé del Pabellón Kōrakuen. Los rumores de la ciudad eran si “El limpiador” podría destronar a “El hacedor de lluvia”. La lucha convierte la violencia en arte. Es atlética, dramática, peligrosa y ridícula. Y, no muy diferente de los toros, una danza. Sin embargo, la diferencia es el clímax. Mientras que la mirada de la muerte es inseparable del ruedo ésta no tiene lugar en la colchoneta. Estos guerreros no matan, ni siquiera pelean realmente. Hacen una composición en violencia. Como un escultor, como Giacometti. Para hacerse amigos del horror.


Pero hay más de una forma de despellejar a un gato, así que, la joven no se queda en casa por mucho tiempo. Escribiste que porque “el amor es realmente el único vencedor contra el tiempo”, “las mujeres sostienen una relación particular con la muerte”. Tanto en esa película que viste diecinueve veces, Vértigo de Alfred Hitchcock, como en su presunto remake, el rostro de una mujer tiene la capacidad de “resucitar un amor que está muerto”. Superando la violencia impuesta por el tiempo.


Escribiste, “Para exorcizar el horror que tiene un nombre y un rostro, hay que darle otro nombre y otro rostro.” En Sin sol, los monstruos estaban dispuestos para Natsume Masako en el papel de monje en Viaje al Oeste. Escribiste, “Por primera vez en la historia, el sueño platónico de la belleza pura, unida a la sabiduría pura, se hizo realidad.“ No podías imaginarte que ese sueño platónico resurgiría 18 años después en tu pequeño rincón de París.


“Todo empezó una noche de verano en 1987”. Con una musa en un banquete diciendo “cosas que las personas inteligentes ya saben y que los idiotas nunca van a saber.” A caballo entre Natsume Masako y Tatiana Samóilova, pero de todos los gestos y miradas capturados en la vida de un líder, los de Catherine Belkhodja fueron los más glamorosos. Iluminando una película, un programa de televisión, tres cortometrajes y una instalación.


Parte estrella, parte musa, parte asistente de mago, Catherine Belkhodja era para ti una especie de ratera cinematográfica. Deslizándose al pasado como si fuera una ventana entreabierta. Transmitiendo secretos y recuperando señales. Empezando con la instalación Película muda, juntos pudieron rebobinar y sobrescribir los íconos monocromáticos de antes de las películas sonoras para lanzar una belleza perenne sobre el primer siglo del cine.


Lejos de la Misión San Juan Bautista o del Aeropuerto de Orly, las películas de terror cobraron vida en Okinawa. Proyectando en ese paraíso sereno con forma de lagarto la aleccionadora realidad de la primavera de 1945. El blade runner con quien descifraste semejante barbarie es la “Lorelei ciberpunk”, Laura.


Esperando simular un resultado alternativo a la tragedia histórica, Laura intenta completar la última obra de su difunto esposo, la reconstrucción de la batalla de Okinawa mediante un videojuego. Inevitablemente ella fracasa, pero, al tiempo que el algo reconocible sufrimiento de una viuda en duelo se vuelve un eslabón para contextualizar el sufrimiento incomprensible del suicidio masivo, la totalidad de una muerte violenta se hace nuevamente perceptible en el gesto del rostro de una mujer.


Escribiste, “¿Tiene uno que morir para llegar al Nivel cinco?”


En 1986, La maravillosa vida de Juana de Arco fue restaurada y exhibida en el Palacio de Chaillot. Escribiste, “Un bucle de tiempo se cerró esa tarde, cuando me encontré sentado no lejos de una encantadora anciana que no sospechó ni por un minuto que ella había sido, literalmente, mi primer amor.”


En Nivel cinco ese bucle de tiempo se había cerrado una vez más. Ya que una mujer volviéndose loca se dirigió a ti; “el niño prodigio de la edición”. De Petite Planète a Horario estelar en los campos, incansablemente habías estado buscando redescubrir esa imagen de tu infancia. Y de repente ahí estaba. Rodeada de monitores con fallas técnicas y trofeos desbloqueados. Como si hubieras cambiado de asiento con Simone Genvois. La imagen del amor y la belleza absoluta por fin te devolvió la mirada.



Interludio



En Odesa, el monumento único que por un tiempo estuvo a lo alto de la escalinata, fue movido lejos de los turistas, a una calle desierta. Escribiste, “La imagen de los héroes no procede de la vida, por muy transfigurada que esté, sino directamente de una película”, y no sólo una de Eisenstein. En El fondo del aire es rojo encuadraste el encore de una nueva izquierda contra el ensayo general del Potemkin. Poniendo en marcha las manifestaciones de los sesentas, con una palabra que ocupa toda la pantalla, “-Братья!” “-hermanos!”.


1967 - 1977. Una década de acción directa. Vietnam. Cuba. Francia está aburrida = Mayo de '68. Mao. Poder negro. Liberación femenina. Cooperativas de cine militante. Inspirado en Dziga Vértov + Vanguardia Rusa. Una protesta, es una protesta, es una protesta.


Estamos hablando una vez más de Seúl


Antes de su destitución, Park Geun-hye, aceptó la instalación de un sistema de defensa antimisiles estadounidense: THAAD. Percibido por muchos coreanos como una provocación contra el norte. Minando aún más la posibilidad de paz en la península. Con Park tras las rejas, ya es tiempo de un segundo round.


“En tiempos de paz, llega a un pueblo donde la gente ¡acaba de construir una granja!”


En medio del estruendo de Plaza Gwanghwamun, con todo y temas musicales pegajosos y una coreografía llamativa, Moon Jae-in entra en escena.


Hijo de refugiados del norte, encarcelado de estudiante por manifestarse en contra de la dictadura, Moon es el símbolo de esa nueva Corea, emancipada de la carga de la junta militar.


Escribiste, “¿Por qué, a veces, las imágenes empiezan a temblar?”


Bueno, una cámara grande no ayuda, tampoco una multitud.


Del cine directo a directo a DVD. Me imagino tus últimas demostraciones. Al tiempo que redescubriste las consignas ancestrales de películas de Eisenstein en la pintura de guerra del milenio de París de 2002, qué bonito. Sin embargo, se me ocurre que con el animal apuntándote en la dirección correcta, [Haz gatos, no la guerra] incluso a tus ochenta, hiciste espacio para uno que otro Kai Neko. Y así, al tiempo que me encuentro sin suerte y en busca de signos, me acuerdo de tu máquina para matar fascistas preferida, de ese año en París e cambio de cámara para tentar al gato a salir de debajo del sillón.


“¡Moon Jae-in! ¡Moon Jae-in!”


“¿Quién es el candidato más confiable?”


“¿Quién puede liderar con confianza?”


“Puedo decirles que yo, Moon Jae-in, estoy listo para ser ¡el presidente!”


“Estoy con ustedes y lo vamos a conseguir.”


“Cuidaré de todos ustedes y voy a estabilizar los niveles de vida de los ciudadanos en el futuro.”


Esperaba por lo menos una pata, pero no, al gato no se le ve por ningún lado…


No lo sabía entonces, pero Moon no necesitaba suerte. Un mes después fue aplastante.


Ahora estamos hablando de Ereván


En Armenia es casi la misma historia. Después de una década turbulenta, plagada con brutalidad policial, fraude electoral y acusaciones de corrupción, Serzh Sargsián, el presidente conservador pro Rusia, volvía a presentarse como candidato del partido gobernante, tras una controvertida reforma constitucional que, transformando Armenia de república presidencialista en república parlamentaria, permitía al presidente seguir siendo jefe de Estado como primer ministro. Nada mal.


Del otro lado de la isla, está el camuflado Nikol Pashinián, un periodista y activista de derechos humanos encarcelado primero en 1998 por difamaciones contra el ministro del interior… Serzh Sargsián. Luego en 2010 por protestas en contra del presidente electo… Serzh Sargsián. Esta descarada y desvergonzada censura en última instancia consolidó a Nikol como el principal oponente político de Armenia. Declarando tras ser liberado, “Nuestra lucha es ineludible, nuestra victoria inevitable”. Parece ahora que era imparable.


Declarando una huelga general, Nikol llama a una protesta nacional y a la desobediencia civil. Bloqueando todas las carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, para dar un paso, y rechazar a Sargsián y al espectro de la autocracia, que también ha perseguido a la Armenia moderna durante más de un siglo.


Después de casi un mes, los dos se reúnen.


El Morfojo


“Me alegro mucho de que hayan aceptado mis numerosos llamados al diálogo”, dice el presidente. “Creo que hay un malentendido”, responde Nikol. “Vine aquí a discutir las condiciones de tu renuncia... por eso te pido que no uses el término ‘diálogo’”. “¡Esto es chantaje!”, declara el presidente. “Usted no entiende la situación”, insiste Nikol, “el poder ha sido transferido al pueblo”. El presidente, quien no desea continuar con su “diálogo”, se marcha. Insinuando que el partido de Pashinián “no tiene derecho a hablar en nombre de la nación”.


Una hora después, mientras la policía antidisturbios intenta sofocar la protesta, Nikol es detenido. Sin embargo, el triunfo del presidente dura poco. El ejército se pone del lado de los manifestantes y Sargsián se ve obligado a renunciar. La noche antes de la votación final, el movimiento vuelve a reunirse.


“Ya que han tenido que esperar lo suficiente no perdamos más tiempo, le vamos a pasar el micrófono a… ¡Serj Tankian!”


“Cigüeña buena… cigüeña amable… cigüeña de la primavera… cigüeña del verano…quédate cerca… cigüeña afortunada… tu nido se mece… en lo alto de los álamos resistentes… ¡Larga vida a la nación armenia!”


“¡Nikol! ¡Nikol!”


“Lo que está pasando… en las autopistas… del aeropuerto a Ereván…es la misma historia con… Serzh… Sargsiá… ¡oh!”


“Mañana la asamblea nacional va a elegir al nuevo primer ministro y a varios diputados del Partido Republicano. Este es un momento crucial para la República de Armenia y la República de Artsaj​​. Mañana nos vamos a reunir aquí…aquí… en la plaza de la República…para celebrar a la República de Armenia y a esta victoria que define una era ¡de la nación armenia. ¡Larga vida a nuestra libertad! ¡Larga vida a la República de Armenia! ¡Larga vida a nosotros y a nuestros hijos para vivir en una Armenia libre y afortunada! ¡Armenia! ¡Armenia! ¡Armenia! ¡Armenia!”


En medio de toda la emoción y anticipación, por un momento ligeramente alucinatorio tuve la impresión de que habías aparecido. “Mira lo que trajo el gato”, pensé para mí mismo. No es exactamente un doppelgänger, pero tampoco es un mal doble…


La mañana siguiente se emite el voto. Nikol se convierte en primer ministro y el movimiento “Rechaza a Serzh” da su vuelta de la victoria. ¿O es un baile?


Conclusión


En Besanzón, en el este de Francia, justo antes de la Navidad de 1967, descubriste en la huelga de trabajadores de la fábrica Rhodiacéta, tu propio Potemkin. Sin embargo, el elefante en la habitación cuando se trata de SLON, es la tendencia del arte “proletario” a sofocar la poesía con el realismo. Es admirable, por supuesto, pero al cambiar la ambición personal por la aspiración colectiva irónicamente tus películas marxistas son quizás las menos revolucionarias.


A mí parecer lo que es verdaderamente liberador es la cachetada multidisciplinar al gusto del público que ciento cincuenta millones llamarán “Markeriano”. Al tiempo que recodificas y desfragmentas el sucio limo y los jeroglíficos del mundo académico en el "argot de los suburbios", mapeaste un directorio DIY para el redescubrimiento e hiciste compatible lo ilegible.


Lo único que falta, en las palabras de Henri Michaux, es “Derribar la Sorbona y poner a Marker en su lugar”.  Y ya que estamos, por qué no pixelear los muros de la Surikova y Ctrl + Z al Royal College of Art.


En El fondo del cielo es rojo lo que empezó con los marineros del Potemkin terminó con los mártires de Praga. Al tiempo que toda esperanza de “Socialismo con rostro humano” fue desfigurada por la intervención soviética, escribiste: “¿Qué sucede cuando un partido —el Partido Comunista—, y un gran poder —la URSS— dejan de encarnar la esperanza revolucionaria?”. Se podría argumentar que en realidad nunca lo hicieron. Como esos espías de traje, ellos mismos estaban poseídos por el espectro de la autocracia. Si la revolución fue realmente revolucionaria, fue gracias a Mayakovski.


Escribiste, “La ocupación de Checoslovaquia, el aplastamiento de la guerrilla, la tragedia chilena y el mito chino. El periodo posterior a 1968 es una larga serie de derrotas. Por eso importa averiguar quién cometió la inocencia, más que el crimen”.


En la Ucrania moderna no hay lugar para el romanticismo revolucionario teñido de rosa. Ahora el socialismo es el alimento de los gusanos que hay que tirar por la borda. Por suerte para mí, los bolcheviques van y vienen, pero el arte permanece, y la mayoría de las veces, en Ucrania, esos héroes van acompañados de subtítulos. Sin embargo, en lugar de “-Брат!”, hermano, ellos leen, “-Кат!”, verdugo.



Última Carta - La Zona



En 1978, Andréi Tarkovski volvió a Tallin para completar su legendaria película Stalker. Habiendo hecho el viaje una vez, pero con el negativo mal manipulado y el director de fotografía despedido, Andréi, en el umbral del cuarto, se fue con las manos vacías. Es inconcebible filmar una película así dos veces, pero de nuevo, en las palabras del Stalker: “La Zona exige respeto, de lo contrario te castigará”. Habiendo sido acusado de iniciar la producción prematuramente la producción, quizás Andréi había perturbado inadvertidamente La Zona. Y sólo con la condición de revisar y ampliar el guión pudo volver, para enfrentarse al “molino de carne”. Ese mismo año tú volviste a Japón, y a su vez, nuestro viaje entra a La Zona.


Al igual que tú en San Francisco, en Tokio yo hice la peregrinación de una película que he visto por lo menos veinte veces. Tu película Sin sol. Corriendo inmediatamente a ver si todo está donde debe estar. La lechuza de Ginza, la locomotora Shimbashi, Gotokuji y el templo del zorro. Rastreo esos cementerios a la sombra de las riberas, imágenes más grandes que personas y una ciudad surcada por trenes. Hago una oración al estilo japonés. Tomo sake con las almas perdidas de Namida-bashi y paso mis domingos en Yoyogi. Reflexiono sobre la insoportable vanidad de Occidente y hago la ofrenda obligatoria al alma fiel de Hachiko.


Estrenada en 1982, Sin sol es quizás tu obra maestra por excelencia. Al tiempo que este tapiz de introspección, considerado uno de los mejores documentales que se haya hecho, sigue inspirando a todo fanático de la no ficción que toma una cámara. Escribiste, “Celebro el milagro económico, pero lo que tengo ganas de mostrarte son las fiestas de los barrios.”


A la luz ardiente del año nuevo desempolvaste tu “Cine-Ojo”, revelando el esquema para incluso otro tipo de cine más. Escribiste, “Luego, cuando terminaron todas las celebraciones, sólo queda recoger los adornos y accesorios de la fiesta y quemarlos celebrando otra fiesta.”


En el mundo electrónico del maniático Hayao Yamaneko descubriste tu Dondo Yaki digital, conocido simplemente como La Zona, un homenaje a Tarkovski. Ya que su Zona fue una reserva para la inmortalidad de la fe, tu Zona se vuelve un botón de pausa para “la impermanencia de las cosas”. Donde frente a la pira pixeleada de la máquina de tu amigo, imágenes ”que se destruyen en un ribete de fuego”, son devueltas a una especie de detrito subconsciente, transformando la realidad inaccesible del pasado en un proxy del presente.


Escribiste, “Pienso en un mundo donde cada memoria pueda crear su propia leyenda”. Creo que desenchufando el “grafiti electrónico” de Hayao y conectándolo a la calle, el claro de Stalker echó raíces en el insomnio de Sin sol. Con tu Zona convirtiéndose ella misma en un rewilding. Aunque uno cultural. Escribiste, “Después de algunas vueltas por el mundo, sólo me interesa todavía la banalidad”. Sólo entregándote al ritmo de la calle pudiste recuperar tu lente del campo de batalla de los sesentas, y descifrar un nuevo principio, el de “cosas que hacen latir el corazón”.


Estuve en Nara con el ciervo sagrado. En Cheshire, redescubrí la imagen de la que Bashō había escrito en el siglo XV. Pero fue en Georgia, volviendo del Valle de Truso, donde pensé en la lista de Shonagon y “en todas esas cosas que bastaría nombrar para que se acelere el corazón”. Desbloqueando la realización de que en la naturaleza o en la textura electrónica La Zona misma es una metáfora de la inspiración. Una estructura en la que descifrar lo indescifrable. Siendo el Stalker el individuo que da color a un paisaje que, de otro modo, carecería de sentido. En las palabras de El Stalker, “La Zona es un complicado sistema de trampas... Las trampas desaparecen, otras aparecen. Los caminos correctos se bloquean, la ruta es clara y luego indescifrable de nuevo, así es La Zona. Puede parecer caprichosa, pero en cada momento es lo que hace nuestra conciencia.”


El juicio de La Zona se extiende a la edición. Al tiempo que se levantan, se friegan y se ordenan los clips, unos juegan, donde otros no toman. Con cada corte tratando de desprender el secreto de la secuencia. Es un trabajo tedioso. Un paisaje aquí, un paisaje allá. Un edificio en Tiflis, uno en Tokio. Un gato japonés, un gato georgiano. Una joven japonesa en Georgia. Tienes la idea. 


Al final, me concentro más en lo que falta que en lo que está ahí. Las almohadas de Monsieur Chat en el aeropuerto de Incheon. El cantante forrado de pedrería tomando el metro. La fotógrafa de Donetsk, su última noche en Seúl. El diseñador de moda en Busan, mi última noche en Seúl. Las niñas rusas y gitanas intercambiando rosas en Tiflis. Toda la secuencia perfectamente encuadrada, perfectamente iluminada, pero no tuve corazón de comenzar a grabar.


De algún modo, en esos momentos que se me escapan, te siento trabajando, moviendo los hilos desde más allá del Nivel cinco. Hasta los gatos huyen de mí. Tal vez debería tomarme como un cumplido que sabotearías mi película sólo para no ser visto. Acepto tu reto, pero el cuento se acabó. El gato está fuera de la bolsa. Ahora es mi turno detrás de la cámara.


Intentando recuperar al menos un puñado de imágenes recuerdo que el cantante del metro me regaló una fotografía e incluso me la firmó. Luego está mi última noche en Seúl. Parece más circuito cerrado que cinematográfico, pero bastará. Sin embargo, en cuanto a la fotógrafa de Donetsk, es complicado. Vuelvo a su exposición, Deterioro de la memoria, para ver qué puedo encontrar. Irónicamente, el proyecto es en sí mismo un intento de recuperar imágenes perdidas. Las de una vida pasada, destruídas por el desplazamiento de la guerra del Dombás. En cuanto a mi retrato, trivial en comparación, me conformo con una proyección. Eso hasta que nos volvamos a encontrar, mi primera noche en Kyiv.


Escribiste, “El secreto japonés, esa impresión dolorosa de las cosas de la que hablaba Lévi-Strauss, supone la facultad de comunicarse con las cosas, de entrar en ellas, de ser ellas por un instante.”


Agotado de jugar al gato y al ratón, desarrollo un juego para engañar a La Zona. Lo llamo “Guillaume-Caching”. Las reglas son simples: Caminas recto. Sólo cambias de dirección al encontrarte con un gato, una lechuza o una luz verde. Como “La Zona deja pasar a los que han perdido toda esperanza”, si juegas el tiempo suficiente es seguro que ganas. Una noche en Naha incluso me saqué la lotería. Era el cumpleaños de Silvio Moreno. Un cantante folk argentino que había llegado a Okinawa en 1979 huyendo de la persecución bajo la junta militar de Jorge Videla.


Escribiste, Okinawa es “un Japón que conserva su memoria”, y Naha es una ciudad “llena de fantasmas”. Llegando preparado, decidido a evitar retrasos, esperaba al menos algo de resistencia, pero todo está aquí. Todo de lo que hablaste en Nivel cinco, rindiéndose casi inmediatamente. El comodoro Perry, aún tendido entre las tumbas en descomposición del cementerio extranjero. Las pintas, los gatos y el karate… Exactamente como lo dejaste. Incluso los toros hacen “haisai”.


Abriéndome paso por el hormiguero una vez fortificado por el Alto Mando de Ushijima, me sorprende la velocidad a la que la tranquilidad se convierte en pesadilla. El aire espeso en la memoria de los simulacros de bayoneta en prisioneros vivos y bebés silenciados por supuestos samurái. Debo admitir, perdiendo el valor por la historia, que pienso más en Laura que en el Ejército 32. Observando que entre tu viaje y el mío añadieron flores entre las monedas y los muebles dispuestas por Yahara “para dejar una buena impresión”.


Sigo el sendero entre Sin sol y Nivel cinco a la cueva Himeyuri. Escribiste, “Ésta es la zanja donde doscientas niñas se suicidaron con granadas en 1945, antes que caer vivas en manos de los estadounidenses”. Al alcance de ese horror, atravieso un espejismo de rostros que miran, salidos directamente del museo local.


Afortunadamente, los efectos especiales fueron eliminados, juntos con los encendedores de recuerdo, pero arrinconando tu memoria que se desvanece frente al diorama de la cueva consigo fumarme mi propio “ábrete sésamo”. Entendiendo que la acumulación de “cosas que aceleran el corazón” es más que sólo una filosofía para hacer cine. Es un prerrequisito personal que corre desde tu Beaulieu hasta tus huesos. Impartiendo un destello de armonía con el que conquistar la propia insignificancia al menos por un momento.


En Stalker, La Zona conduce a “El Cuarto”. Un lugar que les concede el deseo más íntimo a todos los que entran. Sin embargo, el interminable neón de Tokio lleva a un pequeño bar en Shinjuku. Una cantina temática, más un Planet Solaris que un Planet Hollywood, que es en sí misma un lugar fuera del tiempo. Reejecutando tu sensibilidad única casi todas las noches, desde las 8 hasta tarde.


Paso mucho tiempo programando el prompt para desmontar tu memoria. La única oportunidad que tengo de ser yo mismo es entre los rostros familiares en La jetée. Conocí a toda la pandilla, pero no te preocupes. No hice muchas preguntas. Porque la curiosidad mató al gato, claro, pero sobre todo, porque no lo necesité. Era evidente. La sinceridad que dejaste llenó la sala como incienso. Una sinceridad que dicta que con sólo ocho sillas no hay lugar para las apariencias.


Escribiste, “Saber que desde hace casi 40 años, un grupo de japoneses se emborrachan ligeramente bajo mis fotos. Eso vale más para mí que cualquier número de premios Óscar”. Bajo esas fotos que envejecen, cruzo líneas del tiempo para tocar el umbral de El Cuarto. Donde tú también te convertiste en un Stalker, navegando por el paisaje indeterminable de “los dos polos extremos de la supervivencia”.


En Sin sol, yuxtapusiste Japón a Bisáu y a Cabo Verde, pero en realidad el otro lado de la supervivencia era Rusia. Con ocho películas entre esos dos polos, le diste la vuelta al mundo varias veces, pero parece que sólo Japón y Rusia te seguían invitando a regresar.


Escribiste sobre la amabilidad rusa y la curiosidad rusa. Sobre la fuerza rusa y la crueldad rusa. Donde “la amistad puede embestir como una caballería”, pero “aplaudir cuando un escritor es encarcelado”. Hablaste maravillas de la mirada rusa y del alma eslava. Desde las costas de Siberia del sur hasta una “stolovaya” en San Petersburgo. Luego estaba Moscú…


En Tokio podías perderte en el laberinto delas  tiendas departamentales. En Moscú podías perderte en la liturgia de esas iglesias “donde los iconos se ven, no sólo en las paredes”. Luego estaba el circo, el Bolshói y el Cosmos. Escribiste, “La única ciudad donde uno puede respirar, rodeado de jardines, parques, peras reales, manzanas reales, y el metro ¡es un salón de los espejos!”.


Mientras París tenía el Museo Nacional de Historia Natural, Tokio tenía a Godzilla. Moscú tenía dinosaurios dentro del Kremlin. Porque tu Rusia no era la Rusia de Pedro o de Putin. Era la Rusia de los mosaicos más grandes que los edificios. Donde la verdad era Pravda y las catedrales eran demolidas para construir albercas.


Pero mientras estabas en París, en medio de la conmoción de la instalación ecologista de Christo, El Pont Neuf envuelto. En la que para disgusto de Jacques Chirac, el puente más antiguo de París, fue envuelto en tela dorada. Las cosas, a su vez, empezaban a resolverse para la Rusia de tu juventud.


En 1986 la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil fue el momento que marcó el destino de tu Rusia. Me pregunto, ¿qué pensaron los hermanos Strugatski viendo a Gorbachev en la televisión? Es poco probable que Picnic extraterrestre fuera lo primero en que pensaran, pero treinta años después, su profética novela y la ominosa adaptación de Tarkovski se han convertido en inseparables de la tragedia. Con el cordón policial, el paisaje agujereado y la amenaza etérea, la ficción corroe la realidad. Los intrusos incluso alimentan el folclor entre el concreto y la flora, al llamarse a sí mismos “Stalkers”. Atravesando “el lugar más silencioso del mundo”, donde “cualquier desviación es peligrosa”, para encontrar la libertad dentro de la alambrada.


La única alternativa es tomar el “paseo dominical” oficial. Pero entre un almuerzo caliente y lugares atractivos para tomarse fotos, no puedo evitar preguntarme, ¿reconocería Andréi su Zona alegórica en este sombrío rincón de Ucrania? ¿Sus perros que vuelven inspirarían una secuela? Esa es una película que sí me gustaría ver. A pesar de estar libre de la censura de Goskino, tal vez la codicia de Hollywood impondría un éxito de taquilla. Ya me imagino la marquesina, Stalker 2. Regreso a La Zona en IMAX.


Tras 20 años de sabotaje, Tarkovski acabó desertando de la Unión Soviética. “Él, que era tan profunda y naturalmente ruso” nunca volvería a ver los abedules ni a saborear el aire de su infancia. Ya que en diciembre de 1986, sólo meses después de la catástrofe, trágicamente Andréi murió de cáncer de pulmón, supuestamente contraído durante el rodaje de Stalker. Convirtiéndose él mismo en un “Mono”, una víctima de La Zona.


En tu homenaje, Un día en la vida de Andrei Arsénevich, te revelaste entre los fieles, en una catedral que lleva el nombre de una película, San Alejandro Nevski. Las viudas ocultan su dolor tras un velo, pero por primera vez en cincuenta años revelaste tu rostro en una película. Puede que nadie se diera cuenta, pero para mí este gesto simbólico de un hombre que la mayoría piensa que es un gato, que siempre se negó a ser fotografiado, habla del respeto y la admiración sin parangón que sentías no sólo por Tarkovski, sino por el artista y por el ruso.


En El legado de la lechuza, tu excavación en 13 partes de la antigua Grecia, evaluaste todas las reliquias atenienses que pudiste conseguir. Filosofía y logomaquia. Mitología y misoginia. Tragedia y democracia. Escribiste, “Tiflis era, en marzo de 1988, uno de los pocos lugares en la tierra donde las palabras tenían un valor”. No tenías idea de que la última palabra griega, democracia, estaba ardiendo al otro lado del muro. Pero antes de Berlin, antes de Praga o Timişoara, hiciste una escala en Moscú, para despedirte de la Rusia del siglo pasado. Haciendo el “retrato de una época a través del retrato de un hombre”. Aleksandr Ivánovich Medvedkin. El último bolchevique, “cuyo Rosebud era una bandera roja”.


Escribiste, “Así que se cerraba el libro ilustrado, el que se había abierto con los primeros muertos del Potemkin, y cuyos últimos ídolos caerían esa misma noche”.


Vivimos a mundos de distancia, incluso más lejos que Medvedkin del príncipe Yusúpov. Tanto, que es más fácil imaginarse a Flash Gordon irrumpiendo en el Palacio de Invierno, antes que a estos hombres de bigote. Son reliquias del planeta Mongo. El lazo deshilachado de aquel libro ilustrado, cerrado hace tiempo. Pero ahora que lo pienso, mucho antes de que vi tu carretera en Islandia o la pista en Orly, yo también estuve en Moscú con “Félix de hierro”. Le tomaba su foto sin saber que estabas ahí la noche que lo colgaron. ¿Quién dice que las estatuas mueren después de todo? Cuando el presente está perforado por la memoria. Al igual que el mármol picado de viruela de una estación de metro renacida. Imágenes antes consideradas intrascendentes de repente afloran a la superficie. Son estos momentos de armonía los que ponen en perspectiva la fragilidad del cine.


Escribiste, “Sería el fin de la utopía, de la idea misma de utopía”. Puede que la promesa de los años 90 consiguiera expulsar al leninismo, pero lo que quedó en su lugar fue más amiguismo que Cobain-ismo. El desplome de la Unión Soviética,dejó tras de sí una inmensa topografía de industria agotada, angustia ecológica y disputa territorial. Con hermanos de la zona de Chernóbil que llegan mucho más allá de la frontera ucraniana, el legado de Lenin está esparcido desde el mar Báltico hasta el mar de Bering, desde los montes Cárpatos hasta el Pamir, y de vuelta al Cáucaso.


Tras agotar el mundo real, naturalmente mapeaste el virtual. En París, el Centro Pompidou exhumó tus archivos ejecutables, empezando por Zapping Zone. Propuestas para una televisión imaginaria. Gamarjoba, señor Noah. Luego la primicia del siglo pasado. Un vistazo detrás de la gatera. Una entrevista reveladora con tu programa prehistórico, Dialector.


DIGITE UN NÚMERO < 1 < — > 1111 > — ? 666

INTRODUZCA SU NOMBRE ? MJOT

OPRIMA RETORNO SI CONSIDERA QUE NO ES ASUNTO MÍO

INTRODUZCA EL NOMBRE DE ALGUIEN QUE LE AGRADE ? GENTILS FLOQUETS

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COMPUTADORA — QUÉ DECÍAS ?

MJOT — TIENES ALGO QUE DECIRLE A GENTILS FLOQUETS?

COMPUTADORA — BRINDEMOS POR GENTILS FLOQUETS

MJOT — AHORA ESTÁS HABLANDO MI IDIOMA

COMPUTADORA — REALMENTE CREES LO QUE ESTÁS DICIENDO ?


Debí saber que incluso en código serías sarcástico…


Entre Sin sol y Nivel cinco los detritos de La Zona, soñados en la máquina de Hayao, a su vez se volvieron “la Matriz” del Neuromante de William Gibson. “Sobre esa imagen”, escribiste, “los neandertales injertamos nuestra propia visión”.


En Nivel cinco, Laura hace de su computadora un confidente. No hace de perro, no hace de sardina ni de coliflor, pero confía en ella, un atajo hacia el recuerdo total. Optimal World Link, el estándar del conocimiento. Tu meca-maqueta para un Internet alternativo. Donde al devolver la World Wide Web desde plain C al mundo de los “vaqueros de las consolas”, te podías reiniciar desde las innovaciones de Silicon Valley, esa insinuación constructivista, a “la fuerza igualadora de la tecnología moderna”. Ya que una vez más toda la cultura del pasado se encontró con toda la impaciencia por el futuro.


Ya sin necesidad del celuloide, de un laboratorio o de una guillotina, con tus dos patas, Photoshop y una contraseña, asaltaste la frontera de la informática de consumo, como un kamikaze, sintiéndote como en casa en todas las travesuras y el anonimato que te ofrecía el vasto e inconquistable paisaje de la Web. ¿A eso te referías cuando escribiste “Todo el mundo hará poesía y habrá emúes en La Zona”?


Atrapado entre el ciberespacio de O.W.L y la pinta amarilla de Monsieur Chat, seguiste al nuevo milenio fuera de Windows a los tejados de París. Ilustrando tu consigna favorita, “La lechuza es al gato lo que el ángel es al hombre”. Bajo el manto de tu última obra maestra, Gatos encaramados, pero al darle una pata y convirtiendo al animal en un símbolo del presente hiciste más que sólo saludar a los custodios de una nueva cultura. Lanzaste una respuesta a la pregunta que permearía la década de tu partida, ¿cómo encontrar la verdad en la "era de la información"?


Escribiste, “Éramos los gatos de la libertad. Si no entendiste el mensaje, sólo sigue adelante.”


Pero mientras escalabas el escondite de tu gato del siglo 21 perdiste el equilibrio, cuando el sonido y la furia del París posterior al 11 de septiembre culminó en la tragedia de Marie Trintignant y Bertrand Cantat. Escribiste, “Famoso cantante mata a famosa actriz, qué botín para los carroñeros”.


Sin embargo, el crimen pasional fue un asalto. No a manos de un hombre loco de amor, sino a manos de un hombre loco de celos. Golpeando sin piedad a su novia hasta dejarla en coma por un mensaje de texto. Hiciste todo lo que pudiste para sacar un ángulo honesto de los encabezados, pero la belleza era un poco un punto ciego, y quizás tu optimismo por el futuro sacó lo mejor de ti cuando al juntar los rostros de dos amantes desventurados, en un endeble momento de edición hiciste tanto por Marie Trintignant como la prensa sensacionalista.


En cuanto a Bertrand Cantat, sólo cumplió cuatro años de condena por el asesinato, pero la maldición de su deseo negro seguiría aullando lejos de las cumbres de Vilna. Con el suicidio de su esposa, Krisztina Rády, quedó aún más al descubierto la violencia inseparable de su nombre. Puede que la investigación haya sido archivada, pero el testimonio posterior de sus compañeros de grupo revelan, más allá de toda duda, una cultura de abuso de la que ellos también fueron cómplices. Y así, sobre este lodazal todo lo que puedo hacer es guardar un pequeño lugar silencioso para Marie y Krisztina. Dos mujeres sacrificadas a la misoginia de una sociedad, que le permite a un asesino retomar su carrera en el rock and roll. ¡Bravo!


De París de 1937 a mayo de 68, de Takenoko-Zoku a Monsieur Chat, te acercaste a cada puerta al futuro reprocesando los detritos del pasado. Hasta que finalmente pusiste tus asuntos en orden con un réquiem por el siglo XX. La instalación Lechuzas al mediodía. Una reflexión sobre la Gran Guerra como la define T.S. Elliot en “Los hombres huecos”:


Los hombres huecos

Los hombres rellenos

Esta es la tierra muerta

Esta es la tierra de los cactus


Luego en tu cumpleaños 91, el 29 de julio de 2012, te regalaste una última siesta de gato en la computadora e iniciaste sesión en el nivel cinco para siempre.


Así es como se acaba el mundo

Así es como se acaba el mundo

Así es como se acaba el mundo

No con una explosión sino con un gemido


Tu gato fiel sigue vigilando, pero las cosas han cambiado desde la última vez que estuviste activo. Ni siquiera tu buscador ciberpunk está a salvo de los gatos gordos del “Big Tech”. Sin pensarlo tecleo tu nombre, pero no, tampoco lo sabe. Y así, para realizar un último Dondo Yaki, y dejarte en el andén del nuevo siglo, tomo el metro a tu parada, Maraîchers.


¿Cuánto tiempo se pasó esperando aquí a lo largo de los años? ¿Cuántas películas imaginarias se reprodujeron en los monitores sobre el andén? Quizás como algunas imágenes están destinadas a conservarse, otras deben permanecer como recuerdos, mientras que otras es mejor olvidarlas. A veces me pregunto si el cine documental no es más que un montaje de momentos lo suficientemente indefensos para ser filmados? Una insinuación de lo que fue o de lo que podría haber sido? Sigo las señales a tu estudio para honrar los espíritus de todas esas películas perdidas en discos duros corruptos, rollos caducados, baterías muertas y casetes llenos. Para rendir homenaje a los gatos, demasiado astutos para ser capturados. Las chicas que atascaban la cámara, los fotogramas cortados “para poner orden” y las escenas eliminadas todas juntas..


Dejaste de hacer citas, pero con la esperanza de que harías una excepción pruebo mi suerte, pero no, el gato te comió la lengua. Y así, esta película tiene que terminar donde empezó, ¿hace cuántas estaciones fue eso?


En Tokio probé mi suerte y seguí un laberinto de santuarios a las puertas del infierno. El cual resultó estar en los suburbios de Osaka. Jugué una máquina para predecir mi destino. Por supuesto, estaba condenado. En Corea conocí a budistas y cristianos. Vi frescos en Abjasia y escuché la llamada a la oración en Azerbaiyán. Me asustaron la iglesia de huesos en la República Checa y la iglesia católica de mi infancia. Vi remanentes de la Rosa dorada en Leópolis y los restos de Lenin en Moscú. Pero la única aparición en la que podía confiar eran los gatos de Gotokuji.


De los suburbios de Tokio a los suburbios de París, estos gatos de cerámica con una pata levantada han sido testigos de un viaje, atrapados entre dos líneas temporales y 120 años. Como pequeños guardianes de todo lo que se ha escapado, incapaces de atravesar el paso del tiempo. Los naufragios, los motines. Los rostros de felicidad que se cayeron por la borda, el gato que caminó por la tabla. Los “Sault”, los “Aba yo” y los “Paka Paka”. Todos esos momentos de inspiración y banalidad dentro y fuera de La Zona.


Lo único que falta es liberar los espíritus de todos los que no están perdidos, sino muertos. Tora, Lou Lou y Ludovich, Guillaume y mi pequeño Mayakovsky. Evocando la oración pronunciada por la mujer en Sin sol, para decir simplemente, “Chris, donde quiera que estés, la paz sea contigo.”




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Si vas a trabajar con la memoria, también puedes usar la que tienes, 


pero mi mayor deseo es que haya suficientes códigos familiares para que el visitante pueda reemplazar imperceptiblemente mis imágenes con las suyas, mis recuerdos con los suyos. 

Y que mi “Inmemoria” le sirva de trampolín para su propia peregrinación en “El tiempo recuperado”.


Chris Marker, 1998.